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Katinka, de 17 años, quiere ser agricultora, así que debería dar con un granjero que busque esposa; son hombres —ya se sabe— los que heredan las fincas, y el negocio de la leche no es rentable desde hace demasiado. En su sorprendente ópera prima, premiada en el Festival de Múnich, Justine Bauer amplía la vista de satélite habitual sobre un mundo aparentemente anacrónico pero en el que todos (y todas) nos reconocemos. Rodado en dialecto de Franconia y con mayoría de intérpretes no profesionales, su imagen de la rutina rural refleja las tensiones entre idilio y abandono a través de una peculiar poética del absurdo. De esta obra, definida con guasa por sus productores como «un verano en granjas alemanas decadentes», acaba emergiendo la idea de un necesario impulso matriarcal que desafía la norma y la pronosticada extinción de esta forma de vida.